sábado, 3 de junio de 2017

Mujer Maravilla: un regreso a lo clásico





Hace un año, Batman vs Superman: El origen de la justicia dividió a críticos y fans por muchas razones. Algunas comprensibles, y otras que se acercan a lo ridículo. Sin embargo, hubo algo que satisfizo a la mayoría del público: Gal Gadot como la Mujer Maravilla. Quienes amaron su breve participación esperaron con ansias una película en solitario que nos mostrara su origen y más de su personalidad. Hoy finalmente la tenemos.

Dirigida por Patty Jenkins (Monster), Mujer Maravilla comienza la historia de la princesa Diana, hija de la reina Hipólita, con su entrenamiento en Temiscira, la isla de las amazonas. Con este planteamiento, ya es de suponer que se trata de una historia de origen más, típica en el cine de superhéroes. Pero Mujer Maravilla se siente mucho más fresca porque —y un poco paradójicamente— apela más a lo clásico en la estructura y manejo del personaje. No nos cuenta el pasado trágico del héroe que lo motivó a cambiar su estilo de vida, sino una transformación gradual del “pez fuera del agua” que siempre tiene un código moral definido y debe adaptarse al nuevo mundo para crecer y, con ello, ser capaz de mejorar su nuevo hogar.

Gal Gadot como la princesa Diana es espectacular; bajo la dirección de Patty Jenkins, nos demuestra sus verdaderas capacidades histriónicas y el carisma del que apenas vimos un atisbo en su última película de DC. Chris Pine como Steve Trevor es otro acierto: audaz pero algo torpe, con un conflicto creíble en medio de la guerra —ese apunte sobre la masacre estadounidense a los pueblos indígenas de su país merece un fuerte aplauso— lo hacen alguien entrañable y con quien podemos sentir pronta empatía. El resto del elenco también ofrece un excelente desempeño y ninguno se siente de sobra; la personalidad de cada uno forma un ensamble divertido y dinámico.

El humor tiene una presencia que funciona a la perfección y cae en los momentos correctos, como la interacción nerviosa de Trevor en el nuevo mundo de las amazonas o el de Diana en el enigmático reino de los vestidos.

La música, compuesta por Rupert Gregson-Williams (Hasta el último hombre) retoma un poco del tema creado por Hans Zimmer y Junkie XL y lo expande en una obra épica, emocionante y conmovedora que se equilibra con el tono de la película.

Las escenas de acción son un logro tanto para Jenkins como para los coreógrafos; son rápidas, feroces y estéticas a la vez —algo parecido a lo que el mismo Snyder hizo en su filme 300—, aunque por ratos los efectos especiales tienen calidad cuestionable —a la hora de romper ventanas, por ejemplo— y la batalla contra el enemigo final, repleta de luces y explosiones, se siente muy fuera de la atmósfera que la película propuso durante el resto del metraje.

Sobre el guion, queda decir que no es perfecto y tiene algunas inconsistencias, como que la reina Hipólita está muy preocupada por el bienestar de su hija y no la quiere dejar irse con el extranjero Steve Trevor, pero de un momento a otro cambia de opinión —y esto genera una sensación de que los eventos están siendo apurados para que la historia avance— o la existencia de una segunda arma del lado de los alemanes —además del gas letal— que sería incluso mejor utilizar para tener ventaja en una guerra.

Mujer Maravilla es una película de aventura sencilla. No hay planes súper elaborados que representan un discurso filosófico por parte del villano —como en Batman vs Superman…— pero tampoco cae en falta de propósito claro o trillado —como en Escuadrón suicida. Y esa sencillez es lo que a tantos ha llamado la atención: la simple —no realmente tan simple— presentación de personajes es lo que coloca a esta cinta como un buen exponente del género.

Lo que más se necesita hoy en día, entre tantas películas de superhéroes donde las batallas, las explosiones y desastres dominan el medio, son propuestas que hagan énfasis en el carácter humano de esos símbolos que se supone deberíamos admirar. Mujer Maravilla lo logra y nos deja con ganas de saber más de ella y su mitología.

viernes, 2 de junio de 2017

Piratas del Caribe: La venganza de Salazar – De nostalgia y otros vicios




Todos sabemos quién es el capitán Jack Sparrow. El personaje y todo su mundo llegaron para quedarse en el colectivo imaginario para bien o para mal, y luego de una primera entrega muy entretenida (La maldición del Perla negra), una secuela que expande la mitología y enriqueció a sus personajes (El cofre de la muerte), una tercera parte que, a pesar de ser una película muy débil, larga y a veces aburrida, nos dio una conclusión casi poética (En el fin del mundo) y una cuarta que se demostró innecesaria desde el principio hasta el final (Navegando aguas misteriosas), llega finalmente La venganza de Salazar, que promete ser el final a esta saga de aventuras marinas.

El problema con esta película queda representado a la perfección en su protagonista: Jack Sparrow ya no es el mismo rufián brillante de antes. El pirata era reconocido por su gran astucia, perceptible a pesar de tener varias botellas de ron en su sistema, pero ahora, desde el momento en que aparece, se nota que esa brillantez ha desaparecido. Le cuesta hablar, hace cosas tontas y “chistosas” sólo porque sí. Su torpeza se ha convertido en un terrible vicio y él es ahora una simple parodia del interesante personaje que Johnny Depp creó hace catorce años. Y la película es eso: apenas una sombra, un reflejo imperfecto de lo que tanto gustó de La maldición…

Muchos factores de la primera aventura regresan. El prólogo se sitúa aproximadamente 3 años después del epílogo de En el fin del mundo, cuando Will regresa a visitar a Elizabeth y a su hijo, sólo que en esta ocasión el capitán del Holandés errante se nota más abatido por su maldición —no se toman el tiempo para explicar su deterioro. Henry Turner promete a su padre romper el maleficio que les impide estar juntos y con esta conmovedora escena da a inicio una nueva historia.

Nueve años después, Henry sigue buscando al capitán Jack Sparrow, y como nosotros, cuando lo encuentra se lleva una decepción. Incluso la tripulación de Sparrow pierde la fe en él y sólo se juntan para salvarle la vida —otra vez— porque hay dinero de por medio [¿Alegoría a la vida real y el porqué de este nuevo filme?]. Pero el joven Turner no es el único nuevo miembro del reparto: conocemos también a Carina, una misteriosa e inteligente mujer que termina metida en la cruzada de Henry al ser la única que puede leer el mapa que lleva al tesoro en turno: el Tridente de Poseidón.

Juntos, Henry y Carina forman una dupla que, evidentemente, busca ser el “reemplazo” de Will y Elizabeth —cosa que intentó la pareja de Navegando…, pero fracasó estrepitosamente—, pero mantienen una identidad muy diferente. Henry es menos ingenuo que su padre con respecto a su pasado y la historia de piratas y Carina desde el principio es una mujer fuerte que sabe lo que desea. Quizá no resulten tan entrañables como la primera pareja Turner, pero sí forman un equipo creíble y llegan a gustar.

Del lado antagónico tenemos al capitán Salazar, un espíritu maldito que desea venganza contra Sparrow y que es interpretado brillantemente por Javier Bardem. Su carácter equilibra el sadismo y la mesura y su presencia impone más allá del CGI que lo adorna. Sin embargo, el valor histriónico no puede ocultar lo simple que es el propósito de este personaje y lo vaga que es explicada su maldición y sus reglas.

En los aspectos técnicos, tenemos una calidad de superproducción a la que ya estamos acostumbrado; las escenas digitales, como la primera aparición de la tripulación de Salazar, están muy bien logradas y la música es buena, aunque se extraña la batuta de Hans Zimmer y no hay ningún tema nuevo realmente memorable.

Del argumento se puede decir que es más de lo mismo: Jack tiene un problema y se auxilia de otros aliados cuyas metas se entrelazan con las de él. Pero hay situaciones que, lejos de ser divertidas, son risibles, absurdas y carecen de sentido (hablamos en especial de esa escena de boda) y causa que la película se tambalee entre lo serio, lo emotivo y lo ridículo. Sin embargo, de algún modo crea un cierre bastante digno de toda su mitología. No es tan poético como el final de la primera trilogía, pero sí deja con cierta satisfacción, y lo mejor sería que esta vez cumplan su promesa de no retomar de nuevo la franquicia.

Me es imposible decir que estamos ante una buena película, pero no es tan terrible como pudo ser —o como lo fue la anterior. En realidad esta entrega se sostiene casi por completo por el factor nostalgia: sólo quienes crecieron con la saga pueden tener un verdadero apego emocional con el joven Henry y su desesperada búsqueda por liberar a su padre, alguien a quien conocemos desde hace más de diez años. Tener tantas caras conocidas como Barbossa, Gibbs, Will y Elizabeth en un filme de nuevo es algo que al final del día vale la pena ver.

Martín Romero Chi
Director y co-creador de LaCantada Producciones.

lunes, 22 de mayo de 2017

El Rey Arturo: eclecticismo cinematográfico




Debo admitir, desde el principio, que no disfruté del todo esta película por una simple razón: su ritmo irregular. Y eso es poco común ya que las últimas películas de Guy Ritchie, como RocknRolla (2008), Sherlock Holmes y su secuela (2009, 2011), y El agente de C.I.P.O.L. (2015) se caracterizan por ser vertiginosas en dirección y montaje, lo cual las hace muy fáciles de ver y aceptar. Sin embargo, en esta ocasión Rey Arturo… no equilibra muy bien esto. Por ratos se siente extremadamente lenta y te hace sentir que no pasa nada y por momentos retoma esa agilidad cinematográfica que caracteriza a Ritchie.
El prólogo, que narra la épica batalla del rey Uther Pendragon (Eric Bana) y Camelot contra las fuerzas del hechicero Mordred peca solamente de algunos efectos especiales bastante pobres, pero es realmente emocionante, así como el resumen cinematográfico de la traición de Vortigern (Jude Law), hermano de Uther, y escape del pequeño Arturo. A este prólogo le sigue uno de los mejores montajes de la filmografía de Ritchie: la infancia, adolescencia y juventud de Arturo como chico de las calles, su entrenamiento y transformación. Todo esto con una magistral partitura de Daniel Pemberton, con ritmos estridentes que le dan un aire clásico y a la vez muy moderno a una cinta ecléctica en su realización.
Eclética porque retoma un mito que todos conocemos: la espada en la piedra, el rey Arturo y los Caballeros de la mesa redonda, pero lo cuenta como si se tratara de una película de gánsteres: lucha de poder, trampas, ataques desesperados. Utiliza herramientas narrativas que en cintas de época no se acostumbran de esa manera, con cambios rápidos, sin previo aviso y que fungen como muestra de lo que ocurre en lugar de contar los hechos. El diseño de producción es también propio del cine de época pero se auxilia de convenciones más modernas, como la música (ecléctica también) y la fotografía.
El elenco, repleto de gente con trayectoria y mucho carisma, es encabezado por Charlie Hunnam como Arturo y los ya mencionados Bana y Law entregan al final una historia de intriga, aventura y mucha acción.
Los contras de la película, como se ha dicho, radican en el ritmo, los a veces deficientes efectos especiales —la batalla final, incluso, resulta confusa por los excesos de imágenes y movimientos, que no es malo, pero se ha visto mejor ejecutado en otros filmes— y lo poco que aporta Ritchie a su cinematografía; incluso repite un tipo de toma que utilizó en Sherlock Holmes: Juego de sombras en la que la cámara enfoca a los personajes desde su perfil y se mueve como si la tuvieran sobre sus hombros mientras corren —se puede ver desde uno de los avances—, pero El Rey Arturo: La leyenda de la espada es un buen espectáculo para ver en la pantalla grande y que, si se le diera una oportunidad, sería un decente primer eslabón para una nueva franquicia medieval.