viernes, 2 de junio de 2017

Piratas del Caribe: La venganza de Salazar – De nostalgia y otros vicios




Todos sabemos quién es el capitán Jack Sparrow. El personaje y todo su mundo llegaron para quedarse en el colectivo imaginario para bien o para mal, y luego de una primera entrega muy entretenida (La maldición del Perla negra), una secuela que expande la mitología y enriqueció a sus personajes (El cofre de la muerte), una tercera parte que, a pesar de ser una película muy débil, larga y a veces aburrida, nos dio una conclusión casi poética (En el fin del mundo) y una cuarta que se demostró innecesaria desde el principio hasta el final (Navegando aguas misteriosas), llega finalmente La venganza de Salazar, que promete ser el final a esta saga de aventuras marinas.

El problema con esta película queda representado a la perfección en su protagonista: Jack Sparrow ya no es el mismo rufián brillante de antes. El pirata era reconocido por su gran astucia, perceptible a pesar de tener varias botellas de ron en su sistema, pero ahora, desde el momento en que aparece, se nota que esa brillantez ha desaparecido. Le cuesta hablar, hace cosas tontas y “chistosas” sólo porque sí. Su torpeza se ha convertido en un terrible vicio y él es ahora una simple parodia del interesante personaje que Johnny Depp creó hace catorce años. Y la película es eso: apenas una sombra, un reflejo imperfecto de lo que tanto gustó de La maldición…

Muchos factores de la primera aventura regresan. El prólogo se sitúa aproximadamente 3 años después del epílogo de En el fin del mundo, cuando Will regresa a visitar a Elizabeth y a su hijo, sólo que en esta ocasión el capitán del Holandés errante se nota más abatido por su maldición —no se toman el tiempo para explicar su deterioro. Henry Turner promete a su padre romper el maleficio que les impide estar juntos y con esta conmovedora escena da a inicio una nueva historia.

Nueve años después, Henry sigue buscando al capitán Jack Sparrow, y como nosotros, cuando lo encuentra se lleva una decepción. Incluso la tripulación de Sparrow pierde la fe en él y sólo se juntan para salvarle la vida —otra vez— porque hay dinero de por medio [¿Alegoría a la vida real y el porqué de este nuevo filme?]. Pero el joven Turner no es el único nuevo miembro del reparto: conocemos también a Carina, una misteriosa e inteligente mujer que termina metida en la cruzada de Henry al ser la única que puede leer el mapa que lleva al tesoro en turno: el Tridente de Poseidón.

Juntos, Henry y Carina forman una dupla que, evidentemente, busca ser el “reemplazo” de Will y Elizabeth —cosa que intentó la pareja de Navegando…, pero fracasó estrepitosamente—, pero mantienen una identidad muy diferente. Henry es menos ingenuo que su padre con respecto a su pasado y la historia de piratas y Carina desde el principio es una mujer fuerte que sabe lo que desea. Quizá no resulten tan entrañables como la primera pareja Turner, pero sí forman un equipo creíble y llegan a gustar.

Del lado antagónico tenemos al capitán Salazar, un espíritu maldito que desea venganza contra Sparrow y que es interpretado brillantemente por Javier Bardem. Su carácter equilibra el sadismo y la mesura y su presencia impone más allá del CGI que lo adorna. Sin embargo, el valor histriónico no puede ocultar lo simple que es el propósito de este personaje y lo vaga que es explicada su maldición y sus reglas.

En los aspectos técnicos, tenemos una calidad de superproducción a la que ya estamos acostumbrado; las escenas digitales, como la primera aparición de la tripulación de Salazar, están muy bien logradas y la música es buena, aunque se extraña la batuta de Hans Zimmer y no hay ningún tema nuevo realmente memorable.

Del argumento se puede decir que es más de lo mismo: Jack tiene un problema y se auxilia de otros aliados cuyas metas se entrelazan con las de él. Pero hay situaciones que, lejos de ser divertidas, son risibles, absurdas y carecen de sentido (hablamos en especial de esa escena de boda) y causa que la película se tambalee entre lo serio, lo emotivo y lo ridículo. Sin embargo, de algún modo crea un cierre bastante digno de toda su mitología. No es tan poético como el final de la primera trilogía, pero sí deja con cierta satisfacción, y lo mejor sería que esta vez cumplan su promesa de no retomar de nuevo la franquicia.

Me es imposible decir que estamos ante una buena película, pero no es tan terrible como pudo ser —o como lo fue la anterior. En realidad esta entrega se sostiene casi por completo por el factor nostalgia: sólo quienes crecieron con la saga pueden tener un verdadero apego emocional con el joven Henry y su desesperada búsqueda por liberar a su padre, alguien a quien conocemos desde hace más de diez años. Tener tantas caras conocidas como Barbossa, Gibbs, Will y Elizabeth en un filme de nuevo es algo que al final del día vale la pena ver.

Martín Romero Chi
Director y co-creador de LaCantada Producciones.

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