lunes, 22 de mayo de 2017

El Rey Arturo: eclecticismo cinematográfico




Debo admitir, desde el principio, que no disfruté del todo esta película por una simple razón: su ritmo irregular. Y eso es poco común ya que las últimas películas de Guy Ritchie, como RocknRolla (2008), Sherlock Holmes y su secuela (2009, 2011), y El agente de C.I.P.O.L. (2015) se caracterizan por ser vertiginosas en dirección y montaje, lo cual las hace muy fáciles de ver y aceptar. Sin embargo, en esta ocasión Rey Arturo… no equilibra muy bien esto. Por ratos se siente extremadamente lenta y te hace sentir que no pasa nada y por momentos retoma esa agilidad cinematográfica que caracteriza a Ritchie.
El prólogo, que narra la épica batalla del rey Uther Pendragon (Eric Bana) y Camelot contra las fuerzas del hechicero Mordred peca solamente de algunos efectos especiales bastante pobres, pero es realmente emocionante, así como el resumen cinematográfico de la traición de Vortigern (Jude Law), hermano de Uther, y escape del pequeño Arturo. A este prólogo le sigue uno de los mejores montajes de la filmografía de Ritchie: la infancia, adolescencia y juventud de Arturo como chico de las calles, su entrenamiento y transformación. Todo esto con una magistral partitura de Daniel Pemberton, con ritmos estridentes que le dan un aire clásico y a la vez muy moderno a una cinta ecléctica en su realización.
Eclética porque retoma un mito que todos conocemos: la espada en la piedra, el rey Arturo y los Caballeros de la mesa redonda, pero lo cuenta como si se tratara de una película de gánsteres: lucha de poder, trampas, ataques desesperados. Utiliza herramientas narrativas que en cintas de época no se acostumbran de esa manera, con cambios rápidos, sin previo aviso y que fungen como muestra de lo que ocurre en lugar de contar los hechos. El diseño de producción es también propio del cine de época pero se auxilia de convenciones más modernas, como la música (ecléctica también) y la fotografía.
El elenco, repleto de gente con trayectoria y mucho carisma, es encabezado por Charlie Hunnam como Arturo y los ya mencionados Bana y Law entregan al final una historia de intriga, aventura y mucha acción.
Los contras de la película, como se ha dicho, radican en el ritmo, los a veces deficientes efectos especiales —la batalla final, incluso, resulta confusa por los excesos de imágenes y movimientos, que no es malo, pero se ha visto mejor ejecutado en otros filmes— y lo poco que aporta Ritchie a su cinematografía; incluso repite un tipo de toma que utilizó en Sherlock Holmes: Juego de sombras en la que la cámara enfoca a los personajes desde su perfil y se mueve como si la tuvieran sobre sus hombros mientras corren —se puede ver desde uno de los avances—, pero El Rey Arturo: La leyenda de la espada es un buen espectáculo para ver en la pantalla grande y que, si se le diera una oportunidad, sería un decente primer eslabón para una nueva franquicia medieval.

domingo, 14 de mayo de 2017

Alien: Covenant y su falta de evolución





Ridley Scott regresa al mundo de la saga Alien después de cinco años. Si bien la última, Prometeo, fue un viaje bastante largo y que realmente no llevó a ningún lado, por lo menos aportó a la mitología de los xenomorfos la existencia de los “ingenieros”, presuntos responsables de la creación de los humanos y —en ese entonces— de los monstruos que dan nombre a la franquicia.
Lo que vale la pena reconocer de Alien: Covenant es el aspecto visual; la fotografía que presenta un enorme mundo, a la vez nuevo y familiar, aporta una sensación de descubrimiento, de maravilla ante la belleza de algo que guarda terror en su interior. Y el terror es otro elemento digno de aplausos: desde que los héroes llegan al nuevo planeta la atmósfera se torna muy, muy inquietante; ya de por sí los xenomorfos generan pánico, pero la forma en la que Scott dirige cada escena, a cada actor, el silencio sepulcral, las vertiginosas secuencias de acción, aumentan la desesperación ante la presencia —e incluso la ausencia— del enemigo.
Sin embargo, la cinta no funciona del todo bien. Tal vez si nunca has visto una película de Alien, o tampoco has visto una de terror, sí resulte sorprendente, pero es casi imposible que alguien cumpla, por lo menos, con el segundo requisito. Alien: Covenant parte de la premisa que hemos visto cientos de veces: un equipo (ya sea científico, de estudiantes, una familia… personas, pues) se desvía de su camino y comete error tras error que los va exterminando a todos de uno en uno.
Lo peor de todo es que a los personajes siempre les falta sentido común. Se supone que son científicos, exploradores, y van a un planeta desconocido sin ninguna clase de protección más que pistolas (porque son muy efectivas contra potenciales patógenos extraterrestres). Y por supuesto, se infectan con unas esporas que desatan el caos. Eso sí, el nacimiento del “neomorfo” es una escena maravillosa, sangrienta, horripilante y casi nos permite ignorar los descuidos del guion. Son tan grandes los errores de juicio de los héroes que uno no puede evitar cuestionarse por qué los eligieron a ellos como encargados de llevar a cabo un proyecto de colonización en otro planeta.
Pero no todos los personajes son malos. Michael Fassbender interpreta a dos androides, David y Walter; el primero finalmente es bien explorado en esta secuela y conocemos de lleno las intenciones que nunca quedaron del todo claras en Prometeo. Fassbender demuestra dos actitudes diferentes con maestría: uno quiere destruir (a través de la creación) y el otro proteger. Aunque también forman parte de otro punto débil del filme: la ausencia de lo inesperado. En cada “giro” argumental, uno ya sabe qué es lo que va a ocurrir casi desde el comienzo. Viniendo de alguien como Ridley Scott esto deja mucho que desear, ya que fue él mismo quien nos entregó la grandiosa Alien, el octavo pasajero (1979), con escenas tan icónicas como el enfrentamiento final entre Ripley y el xenomorfo. En esta no hay ninguna.
Alien: Covenant termina siendo una película de ciencia ficción y horror demasiado genérica que no aporta nada nuevo a la franquicia, más que la respuesta a la pregunta ¿de dónde vienen esos extraterrestres de pesadilla? Pero ¿de qué sirve eso si no añades algo que le dé un sabor fresco a una saga tan querida por el público?, ¿de qué sirve la información si el medio que los carga no es renovado también? 

Martín Romero Chi
Director y co-creador de LaCantada Producciones.

lunes, 8 de mayo de 2017

Guardianes de la galaxia vol. 2: cuando la estructura tiene un sentido







La mayor queja que he leído sobre la segunda entrega de la sorpresiva Guardianes de la galaxia (2014) es la falta de claridad de hacia dónde se dirige en su primera hora, sin embargo, tengo motivos para defender dicha característica (que no niego) de esta película bipartita. Para comenzar: la película habla sobre sí misma.
Analicemos el principio. Los guardianes están en una misión que asegura al espectador una batalla de épicas proporciones contra una enorme criatura espacial, y justo cuando el enfrentamiento comienza la atención se centra en el bebé Groot, mientras que la pelea apenas se ve por estar desenfocada. Esta decisión va más allá de la común sobre explotación de personajes adorables (y favoritos del público), quiere mostrar un punto: que esta no es una simple película de acción. Desde el inicio, Guardianes vol. 2 se burla de sí misma y del subgénero de superhéroes, de sus peleas explosivas y torrentes de efectos especiales.
Esta falta de seriedad (y aceptación de ella) conlleva a otra omisión de las convenciones del cine (y cualquier arte de narrar): la estructura de tres actos. Por supuesto, existe la introducción, el nudo y el desenlace, pero la película dedica a la introducción casi tres cuartos de su duración y deja los últimos dos eslabones para el resto del filme. ¿La razón? De nuevo, hablar sobre sí misma.

En la primera parte, luego de una batalla increíble en el espacio que deja a nuestros héroes en un planeta incapaces de abandonarlo, conocemos a Ego, el padre de Peter Quill. Este acontecimiento separa a nuestro equipo: Gamora y Drax acompañan a su amigo para averiguar la verdad de todo el asunto, mientras que Rocket y Groot se quedan a vigilar a su nueva prisionera, Nebula, y reparar la nave. Dividir a la alineación que ya conocemos para explorar sus relaciones interpersonales es algo que hemos visto incluso en El imperio contraataca (1980) y aquí también funciona por lo siguiente: cada fracción del grupo cumple un sentido para el discurso.

Por un lado tenemos la aventura de Rocket y compañía, que pronto se ven capturados por los Ravagers, una suerte de cazarrecompensas que planean llevarlos ante un planeta que los busca por robarles valiosos tesoros. En esta ocasión otro miembro se suma al grupo: Yondu Udonta, antiguo tutor de Peter que ha sido traicionado por su gente, y este peculiar trío deberá encontrar una manera de escapar mientras comparten experiencias de su pasado que nos sirve como análisis del personaje: sus motivaciones, sus deseos y sus miedos nos invitan a comprenderlos mejor.

Por otra parte —y es lo que ha causado bastante polémica—, Peter y el resto del equipo van al planeta que pertenece a (y es en realidad) Ego; la mayoría del tiempo se la pasan admirando las maravillas del paisaje, escuchando historias de Ego que prueban la relación que tiene con Peter para que confiemos en él. Y nada más. ¿Por qué? Por última vez: porque la cinta habla sobre sí misma. La película quiere que pensemos que no pasa absolutamente nada, que todo está bien, porque es exactamente lo que Ego quiere para su hijo y compañía. No es sino hasta que Rocket, Groot y Yondu escapan del cautiverio y se dirigen hacia el planeta de su enemigo que el conflicto verdadero se desata, como una sorpresa, y solamente porque este último sabe desde un principio que Ego es en realidad un monstruo.

El acto final no se hace esperar tras el momento de clímax, dividido en dos partes: el descubrimiento de la fosa de cadáveres por Gamora y Nebula (ya reconciliadas) y la verdad tras la muerte de la madre de Peter. Los planes de Ego por “unificar” todo el universo con él y su sentido de perfección quizá sí sean un tanto genéricos, pero esto no es extraño en el Universo Cinematográfico de Marvel, y como película que se burla de sí misma no lo considero realmente una falla. Es más, que esta vez el villano quiera que el héroe lo ayudara, y que por un momento Peter estuviera dispuesto a hacerlo por voluntad propia se me hace muy original en estas películas.

Gran parte de la cinta se enfoca en el tratamiento de los personajes y explota mucho la comedia, más incluso que su antecesora. Pero esto tampoco está mal. En la primera Guardianes… los héroes apenas se conocían y el humor servía para aliviar las tensiones, ahora el grupo principal ya se conoce, hay más confianza entre ellos a pesar de sus diferencias y conflictos y esto los lleva a desenvolverse con mayor gracia, por lo que el exceso de comicidad enriquece su interacción y nos hace sentir que en realidad han convivido mucho tiempo, que se conocen y se estiman lo suficiente para no dejar de reír. Eso sí, hay algunos chistes mejores que otros.
Al final, Guardianes vol. 2 habla sobre la familia y cómo los amigos más cercanos también pueden formar un núcleo familiar indispensable para el desarrollo personal de cada uno de sus miembros. Que la amenaza en esta ocasión provenga precisamente de la misma sangre de nuestro héroe lo coloca en el dilema de elegir entre uno y otro. Yondu, luego de un proceso catártico a lo largo del filme, asume el rol paternal que siempre tuvo pero que negó por simple orgullo y hace lo opuesto de Ego: poner en primer lugar a su hijo en lugar de sí mismo.
Guardianes de la galaxia vol. 2 quizá no sea del gusto de todo el mundo, pero es una película muy entretenida, divertida por todos lados y sobre todo con mucho corazón. Es de las mejores obras que Marvel nos ha entregado y, junto a Capitán América y el Soldado del Invierno, rompe por completo la racha de malas secuelas.

Martín Romero Chi
Director y co-creador de LaCantada Producciones