Ridley Scott regresa al mundo de
la saga Alien después de cinco años.
Si bien la última, Prometeo, fue un
viaje bastante largo y que realmente no llevó a ningún lado, por lo menos
aportó a la mitología de los xenomorfos la existencia de los “ingenieros”,
presuntos responsables de la creación de los humanos y —en ese entonces— de los
monstruos que dan nombre a la franquicia.
Lo que vale
la pena reconocer de Alien: Covenant
es el aspecto visual; la fotografía que presenta un enorme mundo, a la vez
nuevo y familiar, aporta una sensación de descubrimiento, de maravilla ante la
belleza de algo que guarda terror en su interior. Y el terror es otro elemento
digno de aplausos: desde que los héroes llegan al nuevo planeta la atmósfera se
torna muy, muy inquietante; ya de por sí los xenomorfos generan pánico, pero la
forma en la que Scott dirige cada escena, a cada actor, el silencio sepulcral,
las vertiginosas secuencias de acción, aumentan la desesperación ante la
presencia —e incluso la ausencia— del enemigo.
Sin embargo,
la cinta no funciona del todo bien. Tal vez si nunca has visto una película de Alien, o tampoco has visto una de
terror, sí resulte sorprendente, pero es casi imposible que alguien cumpla, por
lo menos, con el segundo requisito. Alien:
Covenant parte de la premisa que hemos visto cientos de veces: un equipo
(ya sea científico, de estudiantes, una familia… personas, pues) se desvía de
su camino y comete error tras error que los va exterminando a todos de uno en
uno.
Lo peor de
todo es que a los personajes siempre les falta sentido común. Se supone que son
científicos, exploradores, y van a un planeta desconocido sin ninguna clase de
protección más que pistolas (porque son muy
efectivas contra potenciales patógenos extraterrestres). Y por supuesto, se
infectan con unas esporas que desatan el caos. Eso sí, el nacimiento del
“neomorfo” es una escena maravillosa, sangrienta, horripilante y casi nos
permite ignorar los descuidos del guion. Son tan grandes los errores de juicio
de los héroes que uno no puede evitar cuestionarse por qué los eligieron a
ellos como encargados de llevar a cabo un proyecto de colonización en otro
planeta.
Pero no todos
los personajes son malos. Michael Fassbender interpreta a dos androides, David
y Walter; el primero finalmente es bien explorado en esta secuela y conocemos
de lleno las intenciones que nunca quedaron del todo claras en Prometeo. Fassbender demuestra dos
actitudes diferentes con maestría: uno quiere destruir (a través de la
creación) y el otro proteger. Aunque también forman parte de otro punto débil
del filme: la ausencia de lo inesperado. En cada “giro” argumental, uno ya sabe
qué es lo que va a ocurrir casi desde el comienzo. Viniendo de alguien como
Ridley Scott esto deja mucho que desear, ya que fue él mismo quien nos entregó
la grandiosa Alien, el octavo pasajero
(1979), con escenas tan icónicas como el enfrentamiento final entre Ripley y el
xenomorfo. En esta no hay ninguna.
Alien: Covenant termina siendo una
película de ciencia ficción y horror demasiado genérica que no aporta nada
nuevo a la franquicia, más que la respuesta a la pregunta ¿de dónde vienen esos
extraterrestres de pesadilla? Pero ¿de qué sirve eso si no añades algo que le dé
un sabor fresco a una saga tan querida por el público?, ¿de qué sirve la
información si el medio que los carga no es renovado también?
Martín Romero Chi
Director y co-creador de LaCantada Producciones.

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